Thursday, July 22, 2010

Eliseo Alberto

Los restos de un país
Acentos
Eliseo Alberto

De lo heroico a lo ridículo no hay más que un paso”, dijo Simón Bolívar. El presidente venezolano Hugo Chávez convocó a 50 especialistas de la Fiscalía General y del Cuerpo Técnico de Policía Judicial, al mando del profesor José Antonio Llorente, director del Laboratorio de Identificación Genética de la Universidad de Granada, y en uso de su desmedido poder ha ordenado la exhumación del Libertador, para aclarar de una vez y por todas “la verdadera causa de su muerte”. El coronel de camisa roja pretende desconocer 180 años de rigurosas investigaciones históricas y científicas. Ahora sospecha que Bolívar fue envenenado con arsénico por los traidores de ayer que, para él, son los mismos de hoy: la oligarquía criolla, el maléfico Estados Unidos y la insidiosa Colombia. Aquellos Judas, tatarabuelos de nuestros tatarabuelos, ¿inventaron una falsa tuberculosis? ¿Por qué negaron una amibiasis? ¿Acaso borraron las huellas de un crimen premeditado? El perspicaz Chávez busca arsénico en tres dientes y unos cuantos cabellos —y sin duda los forenses lo encontrarán.

Paul Auwaerter, director clínico de enfermedades infecciosas de la Universidad Johns Hopkins, piensa que Bolívar pudo haber entrado en contacto con el veneno por automedicación. Envenenamiento no es sinónimo de homicidio. “Las fuentes de arsénico son iatrogénicas (administrado como remedio) y, posiblemente, ambientales Le pueden haber dado repetidas dosis de arsénico, que en la época se recetaba para tratar una variedad de males crónicos (cambios en la piel, malestares gastrointestinales, fiebres, desmayos). En sus últimos años podría haber ingerido arsénico de aguas subterráneas y alimentos”.

La disparatada teoría del asesinato político obsesiona a Chávez desde hace tiempo, y en varias oportunidades la expresó públicamente: “A Bolívar lo asesinaron, lo querían muerto”, aseguró el 17 de diciembre de 2007. La semana pasada dijo: “Yo no me convencí de que murió de tuberculosis porque tres meses antes de morir, Bolívar recorrió no sé cuántos kilómetros hasta Bogotá”. Error. En octubre de 1830, Bolívar estaba en Turbaco, a diez kilómetros de Cartagena. Desde un catre, sin aliento, escribió al general Rafael Urdaneta: Yo he venido aquí un poco malo, atacado de los nervios, de la bilis y del reumatismo. No es creíble el estado en que se encuentra mi naturaleza. Me siento morir. Dios me llama. Tengo que prepararme a darle cuenta, y una cuenta terrible…

Abrieron el féretro, en macabra ceremonia. El hombre que allí reposa pesaba menos de 30 kilos cuando murió a los 47 años, el 17 de diciembre de 1830, en la hacienda San Pedro Alejandrino, cercana a Santa Marta. Lo rodeaban sus fieles soldados. Llevaba días con hipo. Se negaba a seguir el tratamiento. Tosía y tosía. Sus fuerzas se agotaban. Algo presentía. Una semana antes, el 10 de diciembre, dictó su testamento a regañadientes: En nombre de Dios todo Poderoso. Amén. Yo, Simón Bolívar, Libertador de la República de Colombia (…) hallándome gravemente enfermo, pero en mi entero y cabal juicio, memoria y entendimiento natural, creyendo y confesando como firmemente creo y confieso el alto y soberano misterio de la Beatísima y Santísima Trinidad (…) bajo cuya fe y creencia he vivido y protesto vivir hasta la muerte, como Católico fiel Cristiano, para estar prevenido cuando la mía me llegue con disposición testamental (…) hago, otorgo y ordeno mi Testamento. Testó una mina en Carabobo, la espada de Sucre, algunas deudas y ocho mil pesos para su mayordomo.

Pocas horas después del fallecimiento de Bolívar, su médico de cabecera, el doctor Alejandro Próspero Reverend, dictaminó: “Es fácil reconocer que la enfermedad de que ha muerto era en su principio un catarro pulmonar, que habiendo sido descuidado, pasó al estado crónico, y consecutivamente degeneró en tisis tuberculosa”. El médico Horacio Figueroa Marroquín ha dicho: “¿Cómo podía (Reverend) diagnosticar una amibiasis cuando esta enfermedad no se conocía? ¡Se descubrió en 1875!”. El coronel Arturo Castillo Machez, presidente de la Sociedad Bolivariana, descartó recientemente la tesis del envenenamiento “porque toda la comida que consumía el Libertador era probada antes por su mayordomo José Palacios, quien estuvo con él hasta sus últimos momentos”. Elías Pino Iturrieta, director de la Academia Nacional de Historia, afirma que no hay “ninguna evidencia de la época que indique algo parecido a la existencia de un asesinato o de un hecho de violencia. No queda sino pensar que esta es una manera de que los tontos se ocupen de una muerte de 1830 y no de los desmanes que estamos viviendo en este momento”.

¿Todo para qué? Todo para sumar a Bolívar a la campaña de Chávez rumbo a las elecciones parlamentarias de septiembre. La inflación de Venezuela, en junio, era la más alta de Latinoamérica. El sábado pasado, la prensa contó 50 asesinatos, sólo en la capital. Un anónimo lector de la página Twitter del mandatario le dijo por escrito: “No le muestre al país los restos de Bolívar; muéstrele a Bolívar los restos del país”.

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