Monday, July 31, 2006

La lluvia y el Metro

Tenía las piernas más lindas que hasta hoy he visto. No era alta y eso me pareció perfecto. Nunca me han llamado la atención las mujeres de mucha estatura. No tego muy concreta la razón, pero será acaso porque las supongo mujeres frías o serias. Si me equivoco les pido que me disculpen, solo digo lo que me parece.

Ya decía que sus piernas me habían fascinado, pero también sus pies. Yo no suelo interesarme mucho en los pies de la gente, pero los de ella me pareceiron más que hermosos, únicos, curiosos, sumamente atractivos. Debo advertir que la chica estaba descalza, de otra manera no hubiera conocido las cualidades de éstos.

Iba vestida de minifalda negra, de terciopelo, un saco también oscuro pero aburrido, como los que usan las empleadas de la Secretaría de Hacienda -de hecho por un instante tuve la idea de que quizás ella laboraba allí, pero en seguida la descarté, para ser más preciso, la minifalda fue quien lo hizo-. Llevaba una pañoleta roja, se le veía bien.

Para quien ha transitado por alguna de las estaciones de la línea seis del Metro, no será necesario decir que un día domingo, por la tarde y lloviendo, es sumamente solitario. Que yo recuerde, ni siquiera hay policías vigilando los accesos. Sólo está la taquillera, misma que se la pasa girando instrucciones a la familia por teléfono.

En fín, esta estación, cuyo nombre no podría precisar ahora, estaba casi sola. Yo era el único que aguardaba en la entrada. Y lo hacía por dos razones; Porque siempre me ha gustado observar la lluvia y porque no tenía algo mejor que hacer. Ahora que lo recuerdo, se me olvidó decir que esta estación está justo en un corredor industrial al norte de la ciudad. Así que imaginen que entretenido era todo esto.

No lo era, hasta que llegó la chica de las piernas más lindas que jamás he visto. No ví muy bien por qué calle llegó, cuando me di cuenta ella ya estaba enfrente de la entrada, cubriéndose de la lluvia debajo de un árbol que poco favor le hacía. Traía las zapatillas en una mano, quizá para no estropearlas o tal vez por temor a caer si las traía puestas. Su cabello era un desastre. Me dió ternura verle en ese estado. Estuve a punto de invitarla a refugiarse en la estación -no comprendo aún por qué no lo hizo y prefirió hacerlo en el árbol- pero justo en ese momento se inclinó, tomó la pañoleta y la llevó a sus piernas. Las fue secando. Ya imaginarán la sorpresa de quien esto escribe. ¿Qué hacer ante tal espectáculo? Por supuesto que lo primero que pensé fue en socorrerle. Es decir, en ayudarle a secar sus fructíferas piernas mojadas.

Pero fui conciente de que mis métodos seductores no alcanzaban para tanto así que preferí esperar.

A los pocos minutos la chica -ya con las piernas algo secas- decidió caminar ahcia la entrada del metro. A medida que ella se acercaba, me fuí sintiendo nervioso.

La chica la pasar junto de mí, liberó una leve sonrisa, yo traté de hacer lo mismo, pero no sé si pude lograrlo. Quise hablarle, preguntarle su nombre, pero como siempre, la comunicación entre mi mente y mi boca es sumamente deficiente. Así que sin más, vi alejarse, adentrarse en los pasillos del Metro a la chica de las piernas más lindas que antes nunca había visto. Pensé que no sería mala idea intentar alcanzarle, pero preferí observar a la lluvia que se hacía más intensa. Es lo malo de ser un tipo con la extraña afición de contemplar la lluvia en la quizá, más solitaria estación del Metro de la Ciudad de México.

No comments: